IN LA' KECH, yo soy otro tu.
Nota sin resolución
El sol salió por la esquina
izquierda del ventanal.
Cinco metros lineales de
abertura hacia el mediterráneo a pleno. Solo interrumpido por la poca arena
gruesa acumulada a fuerza de esmero y palas mecánicas de Ayuntamiento contra los
espigones de piedras multi-poligonales que corren horizontales al paseo
marítimo; también hay un par de banderas ondeantes que los vientos como la
tramontana y el llevant se pelean por despuntar y rasgar cuantas veces puedan. Una estructura de colorida madera que simula
ser un barco de pesca encallado en la arena, donde los chavalines pueden jugar
a las escondidas y una araña de soga roja descolorida que sirve para que estos
se suban y practiquen sus dotes de marinería o de Tarzán de los Monos, pero sin
simios.
Luego el mar. Señor y dueño de
todo hasta que el horizonte se funde con los cielos en una tenue bruma que hace que imagine el final de las
tristezas o el término del camino de la vida.
La visión es maravillosa y
fascinante, no puedes más que quedarte por las mañanas, o cualquier hora del
día en realidad, mirándola en su extensión. Es seductora, atrayente, como lo es
la hoguera con sus llamas danzantes e hipnóticas, igual es el mar con sus miles
de formas y colores.
No puedes imaginarle muerto,
ves en él vida constantemente, por más que solo sea agua que tozudamente lame
la orilla. Pero hay lago atávico que muy dentro de uno, que confirma, que
asiente que allí la vida bulle, que en sus entrañas está el origen de nuestro
existir.
Lo ves vivo, haya o no viento,
él siempre en movimiento, poco, mucho, en tempestad, furioso, calmo,
desbordado, plano, expectante, siempre tenso, jamás he visto al mar relajado.
Por ello es que el ventanal es
un lugar de atracción en el piso, la
prolongación de la vivienda, porque puedo decir que vivo en el mar, prácticamente
dentro de él.
Con ese paisaje gratuito e
inmensamente rico en sensaciones es difícil dejar de tener un alma insensible. Será por eso que el ambiente era el propicio
para lo que tenía que suceder.
Tengo por costumbre, no de
modo rutinario, sino aleatorio y de acuerdo a lo que me pida el alma, pararme
frente a esta maravillosa visión mañanera y tras algunos ejercicios de
respiración para acompasar los ritmos físicos y mentales, intento cargarme de
esa energía que flota de manera gratuita en mi alrededor. Es un momento de absoluta intimidad, donde
estoy solo y me puedo comunicar con mis más internos sentimientos; logro pensar
en los seres que amo con intensidad, pienso en sus alegrías y sus carencias,
alargo mis energías hacia ellos como manto protector en tal vez un acto de
soberbia inaudita y desmesurada. En esos momentos puedo sacar de mi todo lo
malo y ser como siempre he deseado llegar a ser; simple, lleno de buenas
acciones y pensamientos, libre y alegre, sin prejuicios, sin preconceptos, sin
barreras, sin nada que vencer y todo vencido, pleno y vivo como el mismo mar.
Esa mañana me paré mirando de
frente al sol en su salida, como se mira a un amigo, a los ojos. Con sinceridad,
con absoluta confianza y esperando ese abrazo de calidez necesario.
Hinche mi pecho y mis brazos
tensos con las palmas de las manos abiertas y expuestas a sus rayos, puse mi
mente en blanco para dejar que todo mi ser se inundara de esa magnífica fuerza
vital que emana de él. Cada vez que lo hago es maravilloso como me siento
luego, el día es distinto, todo tiene otro color y hasta los obstáculos
disminuyen de tamaño ante mi punto de vista.
Entrecerré los ojos dejando
apenas una rajilla por donde se filtraba un rayo rojizo. El color como el fuego
me llevaba de la mano a mundos indescriptibles por la palabra, girando y
corriendo detrás de un punto que no alcanzaba jamás. Las formas más extrañas
pasaban a mi lado y todas en el mismo tono.
La respiración se hacía cada
vez más pausada y profunda, abarcaba más el total del cuerpo. Es lo que
buscaba, me sentía pleno.
Por fuera los sonidos eran
apagados, pocos, casi imperceptibles.
Estaba llevando a cabo una
buena práctica y la energía fluía por mi
cuerpo; la sentía.
La concentración era buena,
mis sentimientos comenzaron a aflorar. Entonces llegó el momento que esperaba
con ansias, el de dirigirlos. Es un placer para mi alma estar en ese momento,
siento amor, felicidad, alegría y puedo ver a mis seres queridos. Es en ese
preciso momento en que les envuelvo con todo cuanto siento, en que trato que
esa energía que acumulo dentro de mí sea dirigida a quienes amo.
Un ruido.
Parecido a un chasquido al principio,
luego cuando se repitió por segunda vez, era más comprensible, estaba formado
por dos partes.
Se repite por tercera vez y
ahora es parecido a una voz muy lejana y chillona.
Me exijo para no perder nada
de lo que ocurre, trato de recordar al detalle las dos apariciones anteriores. Un
ruido, dos chasquidos, una voz chillona…..y de nuevo una voz lejana pero más
clara. Ahora se reitera, dos, tres, cuatro veces. Sé lo que dice, pero no le
comprendo, no conozco el idioma.
Desaparece, no regresa y paso
largos minutos esperando, al fin desisto.
Aflojo mi cuerpo, me tumbo
sobre el sofá y pienso en lo sucedido. No le hallo sentido y me guardo el
suceso.
Han pasado algunos días de lo
ocurrido esa mañana, el recuerdo está guardado.
En mi diario recorrido
buscando información para escribir, suelo detenerme en muchas noticias, sobre
todo en aquellas que están un tanto ocultas y que son las que pueden tener
algún tesoro guardado que descubrir. En una
de ellas, una nota habla de Un Día fuera del Tiempo escrito por Sara Gómez.
Leí la nota y mientras lo
hacía reparé que al llegar a una palabra escrita en lo que supongo hasta ahora
es la interpretación del lenguaje Maya, no pude hacer menos que silabearla en
mi boca; repasarla en voz muy baja y el asombro fue instantáneo. Era lo que
había escuchado días atrás: In La’ Kech.
In La’ Kech, In La’ Kech, In
La’ Kech.
Eso es lo que la voz tenue a
modo de chasquido había repetido para quedara grabado en mi mente, con una claridad
absoluta. No tenía dudas al respecto. Lo vocalicé de todas las formas que podía
imaginar y en todas ellas el resultado era el mismo, seguía siendo similar a lo
escuchado, siempre se acercaba a la voz chasquido que se había incrustado en
mí.
Era y eso era todo.
Pero la frase que le seguía,
la interpretación o traducción de lo oído hizo que temblara, no sé si de
emoción o de miedo a lo desconocido. In La’ Kech yo soy otro tú. Eso significa, la voz me decía que era mi
otro tú, la otra parte, la desconocida, la olvidada.
Y allí el cuestionamiento.
¿Cuál parte, que otro de mí se
manifestaba y se presentaba ante mí, que reclamaba, porque buscaba mi atención?
¿Estaba ante mi reconocimiento
del otro a través de mi propio reflejo, era la otredad completa?
¿Había completado un trayecto
dentro fuera y muy fuera, regresando y me había encontrado nuevamente?
¿Estaba ante la división y la
multiplicación universal, siendo yo y mi otro yo en otro espacio tiempo?
Las dudas y preguntas se
acumulaban una detrás de otras; iban sumándose alocadamente y ninguna esperaba
que el razonamiento completara algún circuito, antes solo se aparcaba sobre la
siguiente; era un caos.
El sol sigue saliendo por la
izquierda y va corriendo hasta que al final está justo en el centro de mi
ventanal, es pleno verano. Sigo haciendo cuando el alma me lo pide, el
ejercicio de mirarle a sus ojos como un buen amigo; pero no he vuelto a
escuchar la voz chirriante que me diga en Maya: In La’ Kech.
Pero algo ha cambiado desde
aquel día. Ya nada es igual, ni mi percepción de las cosas, ni mi manera de
pensar respecto a los demás. No puedo dejar de reconocer que de alguna manera
hubo un giro en la conciencia y que mi particular forma de observar la vida, su
entorno y los individuos, se ha transformado.
Por primera vez en mis más de
cincuenta años no me siento solo, por extraño que suene esto. Es que tengo
desde ese día la seguridad de no tener soledad, ni aquí en vida, ni allá
después de esta vida. Estoy tranquilo, demasiado tranquilo.
Mi otra parte, mi otro tú, está presente y lo estará
siempre. Eso me basta.
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