El Berrinche


Solemos tener ataques de ira.
Generalmente reaccionamos con un ataque de ira que tiene como origen, la frustración al no ver nuestras expectativas cumplidas.
-       Me siento vacío, hueco, decepcionado con lo logrado hasta ahora, este último tiempo no es satisfactorio, no encuentro el camino a seguir, el futuro es algo esquivo, el horizonte está nublado por inexactitudes.- la sensación de esta mañana mientras caminaba de regreso a mi hogar era esta que describo.
La frustración da como resultado estas sensaciones que nos invaden, e inmediatamente suele aparecer la ira.
Según la psicología se pueden dar tres manifestaciones de esta última:
La corporal, una respuesta de nuestro organismo que se activa ante de defensa ante un ataque. Este estado de alerta hace que seamos mucho más proclives a actuar de modo impulsivo, con las consecuencias de no haber reflexionado lo suficiente.
La cognitiva, nuestras emociones están condicionadas al modo de ver y evaluar una situación. Esta interpretación varía de acuerdo a los paradigmas que hayamos introducido en nuestro inconsciente, el que actuará ante una eventual paralización del razonamiento y la reflexión.
La gestión conductual, esta está orientada a la respuesta que damos al defendernos de una circunstancia adversa. Para ello liberamos una energía interna con el fin de “destruir” el obstáculo que impide logremos nuestro propósito. Aquí hay que diferenciar ira de agresividad; una responde a un ataque y la otra está ligada a la gestión emocional que hayamos aprendido durante la vida.
Para comprender la ira nada mejor que remitirnos a los berrinches infantiles, llamado en psicología trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo, allí cuando lloramos y pataleamos ante algo que no nos es dado y que no podemos conseguir comunicándolo o lográndolo por nuestros limitados medios.
Dice Lourdes de la Hidalga: “en los últimos mil años el hombre (ser humano) ha ido construyendo una nueva sociedad caracterizada por un elevado desarrollo científico, sin embargo esta sociedad se ha ido habitando por individuos que poseen menos respuestas para afrontar con éxito el estrés, la ansiedad y la depresión que el desarrollo acelerado impone”
Leonor Lozano, psicóloga directora del UPALE en Guadalajara, México, destaca:
“una parte, creo, es el coste de la vida moderna. Una de las razones por la que se enojan es porque los papas estamos ocupados en otros campos y pareciera que desatendemos a los bebes. Antes las mamas tenían tiempo por las tardes de jugar o pasear con sus hijos; ahora yo no es así. La mama los deja en la guardería y se va, los deja en el parque y se va, los deja en la plaza y se va… todo de prisa (y van dejando una impronta de frustración y abandono que luego serán paradigmas con los que responderemos en la vida cotidiana.) Agregado.
Bien está dicho que los primeros siete u ocho años de vida de una criatura serán en la gran mayoría, los que le marquen para llegar a ser felices, y una persona que lo es, que vive con placer tendrá menos posibilidad de actuar con ira basada en la frustración, pues interiormente “recordará” que fueron atendidos sus reclamos en tiempo y forma.
Ivette dela Mora, psicóloga de un centro infantil dice:
“ellos no está preparados para la frustración y no la toleran… hoy muchos niños creen que tienen muchos derechos que no les corresponden y entonces creen que son víctimas de injusticias, cuando no lo son y viven enojados.”
Hoy tratamos de darles a nuestros niños todo lo que más podamos por sentirnos con culpa del tiempo que les restamos y eso crea una falsa interpretación de la realidad, la distorsiona y les hace pensar que los mayores están para satisfacerles por medio de regalos y placeres en cantidades. Cuando se es grande, instintivamente se buscará lo mismo y llegará la frustración al no ser correspondidos como saben que debería ser, por lo vivido en su infancia. De alguna manera somos consecuencias de la mala gestión de los tiempos que todo infante necesita.
De acuerdo a la OMS (Organización Mundial de la Salud) se espera para dentro de 3 años, a partir del 2020, un incremento de la depresiones y de agresiones interpersonales.
Cada mediodía sabemos de algún caso de acoso escolar o de agresiones entre adolescentes; si comprendemos de dónde proceden estas respuestas interpersonales, podremos generar herramientas que les desvíen las energías aplicadas a otro tipo de objetivo. No basta con las charlas de un bombero, de un especialista en conflictos o un veterano de guerra, esto hay que complementarlo con el cambio de hábitos en la atención de los infantes entre cero y ocho años, solo esto podrá erradicar este mal de la época.
Incluso entran en las distracciones a las que nos aficionamos en la era de la comunicación, la de estar pendientes del teléfono móvil, hablando, chateando u jugando, es este tipo de actividad que la hacemos en solitario aunque sea interactuando con otro a la distancia, mientras cuidamos o aseamos a los bebes, mientras los niños hacen los deberes o simplemente revolotean a nuestro alrededor, se les está demostrando que el foco de interés no son ellos y eso afectará al modo en que responderán, con frustración o no.
El hermetismo virtual al que nos estamos sometiendo de propia voluntad hace estragos en las relaciones personales y mucho más en aquellas en que la interrelación de piel a piel es necesaria, se sabe muy bien que esa relación es la que mantiene el recién nacido con su madre y que esta se genera in-útero para prolongarse en el tiempo una vez fuera de él. Por tal si a esa relación le interrumpimos para jugar a la play station o prendidos al móvil, o por cualquiera de las actividades en que la madre se aísla en un mundo de fantasía, es de esperar que el niño se sienta frustrado y reclame de la única manera que le sale y sabe hasta ese momento: el berrinche o la primera ira.
El conocimiento de la manera de conducir esta ira cuando se es joven o adulto, dependerá de sus vivencias y experiencias que se grabaron en la temprana edad. Luego entonces hacen su aparición estos miles o millones de libros, vídeos, charlas, seminarios, cursillos y manosantas que dicen que le enseñarán a controlarse con medios que van desde lo cercanamente científico hasta lo esotérico, esa extraña tierra de imposibles que jamás dan resultados.



Como ya es una costumbre, se comercia con las falencias y necesidades humanas y donde hay una de ellas, surgen como hongos tras la lluvia, las técnicas de reconducción, armonización y demás, que a mi entender solo frenan y ocultan los paradigmas de la infancia sin resolverlos. Y el ocultamiento no es una solución efectiva, pues el ser humano, según ellos, debe mentirse a sí mismo diciendo que puede dominar lo indomable. Restringir las expresiones y acciones de nuestro inconsciente, ya marcado y formado con los viejos prototipos, dará como resultante que en algún momento de la vida, la máscara con que se ha cubierto y disfrazado el sentimiento, caiga dejando a la luz lo que realmente somos, y esa nueva imagen no coincidirá con la que hemos expuesto durante el tiempo que llevamos mintiendo. Se suele decir que cuando uno envejece se vuelve más verdadero, sin tapujos, sin disfraz; y es cierto, porque es posible que a lo largo de la edad en que se debe obligadamente conseguir cosas, adquirir bienes y estatus social, el ser humano adulto se coloque varias máscaras al día, siendo así agradable ante quién desea conquistar, agresivo ante el que desea su puesto laboral o su mujer, sonriente y sumiso ante el jefe, el superior o el que detente autoridad, franco y sensible con los seres a los que ama, avaro ante el que quiera sacarle dinero, mintiendo, enmascarando en cada caso para estar bien y conseguir lo que desea íntimamente, pero cuando se llega a los años en que ya no se necesita conquistar, proteger a su mujer, sostener un cargo o cualquiera de las situaciones en las que mintió, regresa el auténtico personaje y resulta que este es completamente diferente al que creíamos conocer. El viejo ahora está gruñón e irascible…no, lo que ocurre posiblemente es que siempre haya sido así y solo se vio su mascarada que nos convenció de lo bueno o tolerante que era, aunque por dentro haya habitado otro con un carácter en las antípodas.
Es cuando llegan los ataques de ira contenida. Ante una realidad que no se modifica como cuando mentimos, la frustración nos enfada y tenemos un berrinche.
Sí, no nos desentendamos de lo que realmente es, un berrinche como el que teníamos al año y medio, en que pataleábamos, llorábamos, gritábamos, nos tirábamos de la ropa o golpeábamos uno de nuestro juguetes contra la cama o la pared. Solo que ahora lo exteriorizamos con otros pasos del espectáculo, nos deprimimos, nos aqueja un dolor en el pecho (que solo es angustia), gritamos o levantamos la voz, insultamos a seres fantásticos, bajamos ángeles y subimos demonios, luego buscamos la venganza prometida y al fin, si no hemos conseguido lo que queríamos, urdiremos alguna historia que nos conduzca al fin preciado por otras sendas, y a veces no son muy ortodoxas las elegidas..
Y ya está, nos hemos desahogado, el cuerpo ha expulsado la energía contenida durante el berrinche y volvemos a estar centrados y tranquilos. Podemos incluso perdonar rápidamente el causal del ataque de ira, porque ya no está en nosotros ese peso de la frustración, solo queda el sinsabor de no haber llegado a la meta que nos atraía.
Ahora sabemos que hay un límite que debe ser traspuesto si no queremos quedarnos con la derrota como resultado.
Si somos lo suficientemente evolucionados emocionalmente la piedra de tropiezo pasará a ser un desafío a resolver, sin embargo sin no somos de batallas y rivalidades, buscaremos encontrar quién se haga cargo de la culpa generada por el fracaso. Difícilmente reconoceremos que la verdadera razón por la que fracasamos y montamos en ira se debe a nuestras capacidades de reacción.
El pensamiento o la idea que por medio de la voluntad se convierte en una meta a cumplir, puede estar diseñada bajo el optimismo de la recompensa a obtener y dicha alegría es posible que encierre errores que no apreciamos o que descartamos negligentemente. Muchas de las veces algo se detiene indefinidamente por los equívocos de organización o diseño, que no fueron debidamente estudiados en todos sus alcances, incluyendo la posibilidad de equivocarse o mal interpretar el camino a seguir. Esto lleva indefectiblemente al enfrentamiento resultado-ideal que dará camino a la ira.
Si tuviésemos en nuestra capacidad la práctica de la reflexión, la planificación, la acción y la posterior evaluación de los resultados obtenidos, para que el proceso continúe en un ascenso de espiral, repitiendo los pasos y ganando una evolución constante, la ira no tendría lugar y los paradigmas estructurados irían mutando y perfeccionándose de modo de alcanzar algún día, la excelencia.
Mientras no hagamos este cambio, pasando de un círculo vicioso a una evolución circular, la ira como respuesta al fracaso seguirá dando pataletas y chillidos.


Y la excelencia es felicidad, estado necesario para abolir las emociones perjudiciales.



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