Sin Retorno.



No sabes de donde sale, solo que se ha instalado en tu entorno, tu casa, tu cuerpo, habita desde hoy en ti mismo.
Te parasita.
Haces una prueba, experimentas de puro hastiado, enciendes un cigarro y le das un par de caladas; dejas que se consuma solo.
Lo observas como lentamente el papel se quema junto al tabaco que es un tanto más tardío en convertirse en nada más que humo. Esperas.
Se ha consumido más de la mitad y mientras tanto solo piensas en la nada.
Estás vacío.
Cuando ha llegado a las tres cuartas partes, sin aviso, se apaga.
Ahora piensas.
Si no le doy una calada, el fuego se extingue. Si no hay motivo, el fuego termina en cenizas, apagado.
Sigues pensando.
Mi vida es similar, sin un motivo que renueve la voluntad, ella se debilita hasta apagarse; solo cenizas me vuelvo.
El parasito se alimenta.
Eres la envidia de muchos, pero no basta. Tienes lo que ansiabas, pero no es suficiente. Vives la tranquilidad que otros buscan, pero no te satisface. Tu entorno es lo mejor que has tenido, pero no te conforma. Haces lo que más te agrada, pero no hallas acicate que te mueva.
Estás estático en un medio dinámico.
No te alcanza.
El parasito crece.
Has perdido la voluntad de seguir, a pesar que el camino es prometedor.
Has extraviado la motivación de días anteriores, cuando los tuyos solo hacen animarte.
Los cielos te parecen negros y amenazantes, sin embargo el futuro se presenta venturoso.
Si quisieses irías donde te diera placer estar, pero prefieres quedarte encerrado sin moverte.
Gran parte de tu cuerpo está sano tanto como tu mente, pero tus pensamientos son nulos y no llevan a ningún lugar.
Hasta la ansiedad se ha convertido en un lago gris plomizo que no se mueve ni con el viento más fuerte.
No hay nada para ti, por delante.
El parasito te quita al fin la vida.
Eres de él, de su propiedad, te ha fagocitado por completo. Te abandonas.
El sentido de vivir ya no está en ti, la muerte es la única salida que ves, la puerta singular, el agujero posible, el lugar deseado.
La resiliencia es una niña muerta en la carretera de tu existencia, ha fallecido, la has asesinado.
Ningún recuerdo es bueno, placentero. Nada del pasado te conmociona. Nada de lo que has sido, es suficiente para que tu ánimo cambie. Estás en una franca pendiente, te deslizas por ella con cierto gusto, comienza a agradarte y dejas que ocurra. Te hundes en tu nada.
Dejas de percibir lo beneficioso, tu análisis es negativo, las conclusiones siempre las mismas siguiendo un solo camino, la autodestrucción.
Sabes que te han vaticinado éxitos cercanos y no consigues que te emociones.
Ya no reaccionas.
Los hilos que te sostienen son a cada minuto más y más débiles.
Piensas.
Pronto uno se romperá y todo cambiará, pero íntimamente deseas lo contrario. Que todo quede en una espera infinita.

Tus conceptos, esos que sabes convertir en consejos para animar a otros, los desprecias, los minimizas, desaparecen como mentiras que has inventado.
No hay justificación que haga el milagro de volverte a un estado anterior.
No quieres, no puedes, recordar tus días felices; todo es oscuro en tu pasado. Los fracasos se vuelven corpóreos, cobran vida y te acusan de lo que te ocurre.
Fantasmas de culpas injustas golpean tu mente; cada golpe es una herida; cada herida es mortal.
Ya no piensas.
Obras por instinto, respiras, sientes, te alimentas, evacuas, caminas y no hay en estos actos causa, pretexto, razón para hacerlo. Te divides, te fragmentas.
No eres tú ya.
La voz amiga no te despierta; sigues soñando tu derrota.
La piel amada no te devuelve amor; ni siquiera te amas a ti mismo.
Has perdido el amor.
La mañana te parece noche; la noche se vuelve eterna.
Un solo deseo inunda al fin todo tú ser; morir, irte a otro estado, dejar de ser.
El abandono es completo.
Has dado todos los pasos en la escalera que te lleva al fondo, al fin del abismo, al punto de desenlace donde no hay regreso posible.
Las voces se multiplican, te llaman por tus nombres, tus apodos, tus denominaciones, nada te llega, tus oídos están sordos a sus llamados.
Se desesperan tus amistades, tu familia, tu amada. No comprenden que solo quieres dormir para siempre.
La depresión maldita se ha apoderado de tu destino y no te soltará jamás.
Una voz te ordena que bebas un agua milagrosa con unas cápsulas de la felicidad. No lo deseas, pero la apatía es tal que le sigues su deseo, lo bebes.
La ghrelina, la serotonina, la oxitocina, la leptina, la dopamina. La terapia de choque, la del equilibrio hormonal, la de regresión hipnótica, la naturalista, la psicología clínica, la cognitivo conductual, las orientales de contemplación y aceptación. La búsqueda de la fe. Nada hace efecto cuando has decidido que el camino ha finalizado.
En la base del pozo que has cavado con tanto éxito, una luz brilla. No sabes que es y la curiosidad que se ha mantenido oculta, sale a mirar el resplandor inusitado.
El mono que llevamos dentro, el hurón inquieto, se despierta y hurga en el fango del fondo, la luz sigue resplandeciendo.
Alargas la mano y tocas un frío cristal, es eso, solo un cristal que aparece entre los miasmas.
Lo limpias para saber de dónde sale la luz.
Y lo descubres.
Es un trozo de espejo que devuelve tú imagen, solo eso.
Te observas; te reconoces; el pasado regresa a tu mente obnubilada, entre brumas espesas vuelves a saber cómo eres. Te recuerdas.
El parasito se retuerce entre estertores.
Tus remembranzas se convierten en imágenes nítidas y los tiempos buenos combaten a los pesimistas que te atormentan.
Luchas por primera vez en este tiempo de caída sin remedio.
El espejo devuelve otras imágenes, son las de tus emociones. Te cuestionas el estado en que estás, sientes un sentimiento de arrepentimiento.
Las voces de rescate se han acallado, te dan por muerto, por perdido para siempre.
Algo que no comprendes por estar olvidado, se despierta.
Piensas nuevamente.
Miras de dónde has estado bajando, te vuelves al camino que no debiste recorrer.
Un atisbo de voluntad nace de tus mismas entrañas.
Puedes regresar, el parasito se revuelve.
Tomas fuerzas, las escasas que aún están vivas y alargas los brazos, tocas las paredes y te confundes. No comprendes.
Arañas la superficie, es sólida y olorosa, recuperas los sentidos.
Golpeas la salida, sin respuesta del otro lado.
Es tarde.
El parasito revive.
Estás enterrado, tú mismo lo hiciste.
Estás en tu tumba.
Uno de tus familiares dice:
-       ¿No has escuchado algo?
-       Algo ¿cómo qué?
-       Como arañazos en la madera.
-       No. Serán ruidos que te confunden.-
Y se alejan caminando bajo el sol del mediodía tras asistir al entierro. Casi todos comentan que la muerte ha sido injusta, que no debiste morir tan joven. El cementerio va quedando atrás y cada uno regresa a sus labores del día.
Tú te desesperas, el encierro te ahoga.
Al fin mueres nuevamente. Es lo que deseabas antes, el espejo fue solo una ilusión.
El aire se termina en un cajón de madera a dos metros bajo tierra.

Lo lograste, solo que fuera de tiempo.

La depresión ha ganado.

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