MORIR PARA NACER



La muerte, ese viaje en el que tenemos el billete comprado pero que no podemos ver la fecha del abordaje. Algunos lo han comprado en una barca al mejor estilo egipcio, otros en un tren a vapor como en los años ’20, los hay en carruajes ornados en negros crespones como en el siglo XVIII y ya más aquí en el tiempo, es el avión el elegido. Cada época debe tener su modo de imaginar el trayecto final.


El ego nos hace más de una vez pensar en ese momento regodeándonos en los silencios y vacíos que dejaremos al partir. Alguna lágrima querrá salir por la emoción que provoca evocar un momento de tanta trascendencia, pero pocos son los que se emocionan recordando su nacimiento, contraponiendo el vacío y el silencio que llenaron con su llegada.

Hubo miles de sentimientos que se acumularon en aquel día, llegábamos a un hogar en algún lugar del mundo. Nos esperaban los que serían desde ese preciso instante, nuestra familia y amigos, los que mantendríamos a lo largo de nuestra vida.
Ese sitio puede haber sido un hogar con una familia, una casa de tejas, un parque donde jugaremos, una verja que será una de nuestras primeras barreras a cruzar; un barrio que iremos conociendo de la mano de nuestra madre o padre, un colegio en el que haremos los primeros pasos fuera del entorno familiar y amigable, sufriremos fracasos, éxitos, recompensas y amores de todo tipo. Iremos despertando en una sociedad que cada día nos hará más y más competitivos.

Pero puedes nacer entre cuatro chapas y un techo sostenidos por piedras para que los vientos no lo vuelen. No habrá patio, jardín y verja, el espacio inmenso de la desolación puede ser tu única visión que tengas por años. Los amigos serán pocos, no te habrán esperado con el mismo cariño y emoción. Tal vez ni siquiera tengas un padre que te de la mano para caminar, con suerte puedas ir a un colegio y la vida será una dura prueba de privaciones una tras otra. Pero la misma sociedad te exigirá que compitas, por un plato de comida caliente al día, por un catre donde dormir, una calle en la que te puedes ver obligado a pedir limosnas y desear lo que jamás alcanzarás.


O quizás nazcas en medio de la selva con el desierto a un paso. Tu llegada será entre cantos y alabanzas que aprenderás pronto a reconocer, tus amigos unos pocos de la aldea, el colegio lo que te enseñen para sobrevivir. Temprano tendrás que acarrear agua tú solo para tus necesidades y los alimentos escasearán, confirmándote con lo que se pueda conseguir de una tierra remisa a dar sus frutos. La sociedad serán dos realidades muy diferentes, una la de la aldea, los humos los animales, los peligrosos ataques de alguna enfermedad; y la otra la que sabrás que existe por lo que te cuenten, con sus casas blancas, con jardines y coches, con esos artefactos que ves volar junto a los pájaros, con comodidades que te serán difícil de imaginar. Te sentirás solo, abandonado más de una vez, enfrentado a la crudeza de matar para sobrevivir, y la sangre borboteando no te asustará después de ver normal esta existencia brutal. Tal vez quieras irte, o por el contrario jamás dejar el abrigo de lo conocido para llegar a viejo y con la poca sabiduría que coseches.


Es posible que el sitio que te toque sea helado, el frío será la primera impresión que recibas y tu familia intentará que seas fuerte para soportar el principal de los enemigos, el ambiente que te rodeará con sus brazos blancos de las nieves eternas. La blancura extendida como una única manta será tu paisaje y seguramente el olor a animal te acompañará siempre, trasmitiendo calor y aromas salvajes a través de las peludas ropas que tengas que llevar para no morir de frío. Pocos amigos más allá de tu rústica casa que olerá a madera quemada y pescado cocido. La tecnología será un sueño difícil de alcanzar, que requerirá un esfuerzo enorme para salir del encierro y la soledad que fuera de tu hogar te esperará hambrienta de un nuevo cuerpo que caiga inerte por la inclemencia. Sin embargo todo lo que es adverso te convertirá en un buen competidor, el que le ha ganado a los tiempos helados y las distancias siderales.


En cualquier caso que sea el que te encuentres llegando a este mundo, habrá un sentimiento que llevarás prendido al corazón hasta el mismo momento en que partas de aquí, y ese será el que tú madre haya tenido mientras te desprendías de su útero y aparecías en persona ante el asombro de la nueva vida. Ninguna madre escapará a emocionarse de amor por el fruto de su vientre.
Pero la muerte ya te habrá dado ese billete que has comprado por el solo hecho de venir.
Tus ojos abiertos por primera vez ante lo desconocido, se repetirá una vez más.
No sé si en la nueva estación donde te apearas habrá alegría de recibirte, o tal vez sea un lugar desierto en que la soledad escampe a sus anchas y esté todo por hacerse, de lo que estoy seguro es que la estación existe y espera a los viajeros que van de regreso. La muerte es solo un instante en que dejas lo que te ha servido hasta ese momento y te subes al vehículo que está listo a partir.
Como cuando naciste habrás de pasar por un canal estrecho y las expectativas serán tantas como aquella vez. Nacerás nuevamente y con el tiempo que no existe, recordarás lo que fuiste para asentar los cimientos de ese nuevo futuro.



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