A DOS PASOS DEL INFIERNO




- No voy a decir que no hubo miedo, que no paso por mi mente el atisbo de la muerte seguida por el dolor de la pérdida inmediata. Claro que sí estuvo presente y notoriamente visible durante el proceso. Pero te puedo asegurar que no sentí el miedo paralizante, ni el otro, el que te hace temblar de pies a cabeza; no, este es otra manera de percibir el miedo, es el que viene acompañado de la nostalgia, de la tristeza inmensa, la que te vacía por completo sin dejar nada dentro. Entonces llega el frío del abismo, de lo sideral, de lo inacabable, te encuentras a solo dos pasos de las eternidades y a dos del infierno más profundo.


- Eso lo he oído miles de veces, sin embargo y no sé por qué, no terminan de decírmelo que ya lo olvido.

- Será que no quieres recordar.

- No sé, pero sigue, continúa contando tu experiencia.

- Sí, mejor la cuento de una vez, porque tengo la sensación que la olvidaré en poco. Y como te decía, claro que se tiene miedo, sobre todo cuando ves que es irremediable el siguiente paso, estás en una pendiente que arrastra todo con su ángulo de caída. Por más que te quieras aferrar, no puedes, parece que la gravedad fuese más fuerte allí, en ese lugar. Y te digo que el sitio no lo eliges, sino que es él el que te elige a ti. Él te busca y te dice: aquí será… y vas manso como cordero. Me lo habían advertido hacía ya un tiempo; cuando me mudé a ese piso, me dijeron: “No tiene buenas vibras, este piso no tiene alma”, pero como siempre hago caso a mis intuiciones y no a lo que la gente anda diciendo, me quedé sin preocuparme por ella ni por mí. Ahora que lo recuerdo, pienso que he sido un mal tío con ella, no la acompañaré más, no voy a estar allí protegiéndola, abrazándola como en las noches de tormenta, a las que tanto temía… no, no estaré y todo tiene el mismo origen, mi decisión egoísta, unilateral, si a mí me gusta también lo tiene que ser para ella… siempre pensé así y por más que las consecuencias me muestran lo diferente que hubiese sido con otra decisión, yo sigo allí, tozudo, pétreo, inamovible de mi decisión, como dueño de la verdad absoluta. Cuanto siento ahora no poder estar allí… pero lo siento por mí, más que por ella, es extraño lo egoísta que se puede volver uno. Aunque por otro lado sé que si uno no se cuida y quiere, otro no va a hacer la tarea que tienes para hacerla tú mismo. Me parece está viéndola…

- Lo puedes hacer si quieres, ¿te acompaño a verla?

- No. no quiero verla, ese es su cuerpo y yo quería a su alma, su esencia, ese es solo el envase. 

- Sigue contándome como fue, ya te digo que por alguna razón enseguida lo olvido, y hay una necesidad incomprensible que me hace buscar que me lo cuenten.

- Deberías analizarte.

- Lo he hecho y no hallo la razón, pero continúa.

- Bien. El caso es que a pesar de las advertencias me fui a vivir allí, cada día lo mismo, la misma rutina, el mismo bus, la misma gente, los mismos saludos, el mismo culo de la secretaria, el mismo escritorio del jefe, la misma mesa, el mismo ordenador, la misma tarea, para terminar regresando al mismo piso, las mismas conversaciones y acostarme con las mismas ansias, para despertarme habiendo soñado siempre lo mismo, que me moría de ganas por un helado de fresas.

- Vaya sueño… ¿No tenías ganas de otro sabor?

- No, siempre el mismo y cono siempre, el heladero me decía que no había. Una rueda de nunca acabar, por eso tal vez esa tarde decidí tomar por otra calle para regresar al piso. Me asombró al ver que había una ferretería que no conocía, una panadería a la que jamás había ido, una zapatería con excelentes precios que no sabía de su existencia y hasta gente nueva, con sueños diferentes, sonrisas distintas. Descubrí que en una esquina había un chico y una chica que tocaban la guitarra y ella el tamboril, entre ambos interpretaban música en la calle y si uno quiere le puede dejar un par de monedas. Me pareció guay y me quedé a escucharles, luego le puse un papel de 5 y me fui mucho más alegre, con la rutina rota y el alma llena. Cada tarde al regresar pasaba por el nuevo recorrido e iba descubriendo cosas nuevas, incluso canciones nuevas del dúo, así por meses hasta que regresó a ser rutinario, pero por eso no perdió el encanto y continué con la ruta.

- Muy linda historia, pero ¿Cuándo sucedió?

- Allá voy y le entiendo lo que dice que luego se olvida. Yo también empiezo a tener esa sensación. Voy a acortar la historia; del nuevo recorrido no quedaba ya casi nada por asombrarme; una noche regresé cansado, harto de todo y me acosté con unas ansias de caminar insoportables. Me levanté, me vestí y después de decirle a ella que salía por un momento a estirar las piernas, fui a caminar por dónde los chicos cantan. Todo estaba oscuro y me di cuenta que no solo la tarde era luminosa por las luces, sino por la música que ellos dejaban en la esquina; sé que le parecerá raro lo que digo, pero es así de simple. Me detuve en el portal de una antigua casa que desde la calle, se ve un estrecho pasillo y al fondo un jardín inigualable, verde y fresco como pocos he visto en mi vida. Es tan bonito que en varias ocasiones de pasar por allí, con el calor pisándome los talones, estuve a punto de pedir permiso para entrar, cuando lo chico cantan, dejan la puerta entreabierta y jamás vi a nadie salir, pero es evidente que vive gente, tal vez una abuela muy viejita o un solterón sin remedio, vaya a saber usted quién o quiénes la habitan, pero eso sí, el jardín, como las cortinillas de las ventanas, están impecables. Y como le iba diciendo, me paré en el portal y el perfume de las flores del jardín comenzaron a colarse por las rendijas de la vieja puerta, cerré los ojos y aspiré cuanto pude. El aroma tuvo el encanto de las hadas y me dieron alas para que volase con ellas, un olor maravilloso, mezcla de salvaje vegetación con el hierro oxidado y el sudor de una noche de amor, a eso agréguele el dulzor del jazmín y las madreselvas, así obtendrá ese aroma volátil de que me embriagó y sacó de la realidad.

- ¿Y qué ocurrió? ¿Qué pasó? ¡Estoy en un hilo de perder todo! ¡Cuénteme por favor!

- El olor no era del jardín, era de un africano sudao que se había puesto colonia barata esa noche.

- ¿Pero… qué pasó que está aquí?

- El oscuro hijo de la selva sacó un cuchillo grande como sus dientes y la bocaza juntos y me lo ensartó en el bajo vientre. Luego ya sabe, desprenderse de todo, mudar de piel, salir de allá, dar un par de miradas hacia atrás por si se deja algo pendiente y aquí estoy, muerto, pero vivo, conversando con usted… ¿Y porque le cuento estas cosas a usted?
- Porque me olvido de como vine a para aquí, cuando debería estar en el cielo, y como me olvido, vengo a esta sala donde están los que van de paso y me hacen recordar algo de lo que me pasó a mí.

- ¿Y qué le pasó a usted?

- No lo sé, cada uno que llega me cuenta algo diferente y entre todo van surgiendo algunos recuerdos, se arman con un puzle gigante, con millones de piezas.

- ¿Y cuánto hace que está aquí?

- No lo sé, perdí la cuenta, o no sé si la hice alguna vez, mi memoria es muy corta, ya de a poco me estoy olvidando lo que me contó, tendré que ir a por otro para seguir recordando.

- Yo también voy perdiendo la memoria, y las caras conocidas, y lo que hice hace años, se vuelve borroso todo… no sé quién fue mi madre… ni mi padre… ¡Qué horrible! No les recuerdo.

- No se preocupe, así me empezó a pasar a mí, luego se va acostumbrando, pero no desespere.

- No recuerdo que hago aquí… ¿Quién es usted?

- No lo sé y por lo visto usted tampoco debe saber quién es.

- ¡Claro que lo sé! soy… ¡Oh! No lo recuerdo, no sé quién soy. ¡Que desesperante, no sé quién soy!

- Ya le digo, se va a acostumbrar, cuándo uno muere no se acuerda más de quién fue o dónde vivió, solo sabe que hoy es hoy y nada más, venga la acompañaré, hay un tío con cuernos y vestido de rojo que nos da las buenas noches cuando es hora de acostarse, venga, venga sin miedo, es un buen Tío, nos cuida y nos da buenos consejos… no sé por qué cuando llegué me pareció que era malo, pero después resulto un Tío muy guay, venga, ya va siendo tarde….

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